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Solamente tú

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1 Jimena

 

El día que empecé a trabajar como empleada doméstica en la casa de los Galeano, creí que toda la familia se encontraba fuera de la ciudad, así que no me preocupé por los minutos que llevaba de retraso. Era esa época del año en la que se mantenían de viaje haciendo donaciones a la caridad. Además, todos sabíamos que se habían tomado unas vacaciones extra en honor a la muerte del señor Rafael Galeano nueve meses atrás.

Estaba muy emocionada. Ese sería mi primer trabajo formal y, trabajando para los Galeano, estaba segura de que mi paga sería muy buena; ya no iba a tener que volver a juntar monedas para poder comprarle las medicinas a la abuela. Aunque, la verdad era que lo que más me emocionaba de ese nuevo trabajo era poder pasar tiempo junto al gran Manuel Galeano. El soltero más codiciado de la ciudad. Me robaba el aliento solo pensar que, en cualquier momento, podría encontrarme frente a él.

Lily fue quien me recibió en la mansión. Ella había sido vecina de nosotras desde hacía varios años y fue quien me recomendó para poder obtener el trabajo.

—Apúrate, Jimena, darás una mala impresión a la señora Patricia si llegas tarde en el primer día de trabajo —dijo Lily.

—¿¡La señora Patricia!? ¿¡No estaban de viaje!?

—Todos llegaron anoche. Tenían compromisos con la comunidad —respondió mientras caminaba hacia el cuarto de uniformes, al llegar me extendió uno azul—. Apúrate, niña. Es increíble que hayas llegado tarde en tu primer día.

«No era mi intención llegar tarde», pensé y me puse el uniforme deprisa. Al salir del cuarto seguí a Lily por toda la casa hasta la habitación principal. La casa de los Galeano era unas dos a tres veces más grande que la mía, o la de cualquier otra persona que conociera. Era una mansión de revista. Solo había tenido la fortuna de entrar dos veces antes, ambas fueron cuando el señor Carlos se ofreció a llevarnos a mi abuela y a mí a la consulta médica y veníamos a dejar a Lily.

Antes esta casa se llenaba de fiestas, pero esa etapa terminó con la muerte del señor Rafael.

Lily me llevó con la señora Galeano. Me habían dicho que era una persona muy dulce y buena, pero que la enfermedad la estaba opacando cabello por cabello; desde su físico, hasta su espíritu. Lily tocó la puerta pidiendo permiso para entrar y al otro lado pude escuchar una voz muy suave que le respondió.

Él abrió la puerta. Llevaba unos jeans rotos, una camisa blanca, el pelo desarreglado y unos tenis Converse color negro y blanco. De solo verlo se me olvidó respirar. Lily me tuvo que golpear y dar un empujón para que volviera a la tierra y entrara a la habitación. Caminamos hasta una esquina del cuarto donde se encontraba la señora Patricia y ella podía vernos sin necesidad de moverse mucho. Estaba sentada en uno de los sillones de la habitación.

Verla me impresionó, pero no de la manera en que me impresionó ver a su hijo. Era delgada, su pelo corto y de un color negro opaco, y sus ojos verdes resaltaban en su piel tan blanca como el marfil.

—Señora, ella es Jimena, la chica de la que le platiqué —dijo Lily y le hizo un gesto con sus ojos. Ella me miró, sonrió y levantó su mano para que la tomara.

—Mucho gusto, linda, eres muy hermosa. Lily, cuando me la mencionaste no dijiste que era una muchacha tan bonita

Me desconcertó un poco el comentario, pero lo tomé como un halago y sonreí.

—Manuel, ¿no crees que es muy hermosa? —continuó.

Mis pómulos ardieron. Él volteó a verme por solo un segundo.

—Lo siento, madre —respondió y regresó la vista a su reloj—. Ya que veo que estás en buenas manos, me voy. Almorzaré con Sofía.

«¿Sofía?», pensé, «nunca escuché que Manuel tuviera una novia».

La cara de la señora Galeano cambió.

—Esa mujer otra vez. ¿No crees que ya has sufrido bastante por culpa de ella?

—Madre, sabes que no me gusta que te metas en mi relación con Sofía —respondió y se acercó a despedirse de ella.

—Solo digo la verdad, hijo. Esa víbora solo quiere tu dinero. Hasta te engañó con tu mejor amigo. ¿Qué más necesitas para despertar?

Manuel se apartó de ella con el rostro frío. Nos miró de soslayo a Lily y a mí, y luego volteó hacia su madre.

—Que sea la última vez que ventilas frente a la servidumbre mis problemas, madre —susurró señalándola, luego volteó hacia nosotras—, y ustedes, espero no escuchar ningún rumor o sabré quiénes lo difundieron.

Terminó de hablar, se acomodó la camisa y salió de un portazo. La señora Galeano suspiró, sus ojos empezaron a quebrantarse.

—¿Me podrían dejar un momento a solas, por favor? —su voz se apagaba. Ambas asentimos y salimos de la habitación.

—Jamás había escuchado a Manuel gritarle así a su madre —dijo Lily al cruzar la puerta—. Creo que volveré con ella, mientras tanto, tú ve a la cocina y prepara un té de valeriana para la señora Patricia. 

Al bajar las escaleras, camino a la cocina, escuché a Manuel platicar con alguien en la sala. Volteé a ver quién era, pero al girar mis ojos se chocaron con los suyos, por lo que reaccioné de inmediato y seguí mi camino. Él estaba con una mujer. Una joven rubia con un vestido azul corto, alta como él y con la misma mirada petulante. Más adelante volví a voltear y él ya no me estaba mirando. La mujer se había montado encima de él y lo besaba mientras Manuel le agarraba el trasero.

Al terminar el té, salí de la cocina y ambos seguían en la misma escena. Sentí ganas de decirles algo, estaban en medio de la sala, pero no quería tener problemas en mi primer día de trabajo así que seguí derecho hacia las escaleras.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —retumbó la voz de Lily por toda la casa—. ¡La señora Patricia se desmayó!

Apenas la escuché, corrí hacia la habitación. Lily estaba en la puerta. Dejé el té en una mesa al lado de los muebles y me acerqué a la señora Galeano. Ella había caído al suelo y tenía los ojos cerrados. Revisé que no estuviera sangrando por la cabeza, pero no había rastros de golpes graves.

—Necesito un tensiómetro. ¿Hay alguno en la habitación? 

—¿Tensiómetro? —respondió Lily.

—El aparato con el que le miden la presión a la señora.

Al decirle eso, Lily entendió lo que le estaba pidiendo y abrió las gavetas del armario donde lo encontró. «Está muy pálida», pensé. Lily me puso el aparato al lado y le tomé la presión sanguínea.

—Será mejor llevarla al hospital —dije—. Su presión está muy baja.

Lily llamó a la ambulancia y me ayudó a acomodar a la señora Galeano.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó al rato.

—Cuando era pequeña, mi padre tenía que viajar mucho y me dejaba al cuidado de la abuela, él me enseñó primeros auxilios por si ocurría alguna emergencia y la ambulancia tardaba en llegar a la casa. Siempre dijo que lo hacía por mi bien, pero yo estoy segura de que lo hacía más para que pudiera cuidar bien de mi abuela.

La ambulancia llegó quince minutos después. Los paramédicos acudieron a la habitación, le volvieron a tomar la presión a la señora Galeano —quien ya había despertado, pero estaba bastante adormilada, nos preguntaron qué había pasado y sin demorarse más la subieron a una camilla y la llevaron hacia la ambulancia. Lily y yo los seguimos hasta la entrada, luego apareció Manuel. Desaliñado, abotonándose el pantalón y con los labios pintados de labial.

—¡Lilian! ¿Qué hace la ambulancia aquí!? —Ambas lo volteamos a ver con desdén.

—Es su madre, Joven Manuel.

—¿Mi madre? —Me sorprendió ver su cara de preocupación, no parecía que le hubieran preocupado los gritos de Lily unos minutos atrás. 

Cuando terminó de arreglarse el pantalón salió hacia la ambulancia y sin más subió en ella.

—Madre —la llamó, pero ella seguía adormilada—. Pero hace un rato estaba bien. —Volteó hacia nosotras—. ¿Porque está inconsciente? ¿Qué pasó?

—Joven Manuel. Después de que usted se fue, su madre quedó un poco sensible. Estuvo un tiempo sentada, pero luego se quiso levantar al baño y mientras se ponía en pie, se desmayó —respondió Lily.

—¿Estás diciendo entonces que es mi culpa?

—No digo que sea su culpa, joven, pero su madre ha venido algo decaída y su conversación esta mañana quizás la alteró un poco.

—Señor, debemos llevar rápido a su madre al hospital —interrumpió el paramédico—. Allá pueden seguir hablando si gusta, pero ella necesita atención inmediata.

Él vio a su madre en semejante estado y se resistió un poco a dejarla.

—Si gusta puede venir en la ambulancia con ella, pero hay que salir de inmediato. —Manuel se detuvo a pensarlo un 0momento, pero antes de responder sonó otra voz.

—Manuel, cariño, ¿por qué no dejas que tu madre vaya en la ambulancia y nosotros vamos en tu coche? Yo quiero ir contigo. —Era la rubia. Su sugerencia se escuchó más como una pataleta que como una sugerencia y él la miró con sus ojos encendidos.

—Esto no es problema tuyo, Sofía. Tendrás que volver a tu hotel. Te llamaré después.

—Acabamos de estar juntos, Manuel. No me puedes dejar así. Regresé por ti —su tono era altanero y chillón.

—¡Te dije que te vayas, Sofía! —alzó la voz y volteó hacia el paramédico—. Andando.

El hombre cerró las puertas de la ambulancia y salieron a toda prisa rumbo al hospital.

Apenas se fue la ambulancia, las tres quedamos en una situación incómoda. La rubia no podía creer que Manuel le hubiera hablado así y Lily y yo nos quedamos paradas esperando a que ella se fuera para entrar a la casa. Pero al ver que no reaccionaba, Lily habló.

—Señorita, creo que es mejor que se vaya. Ya escuchó a él joven Galeano.

—¿¡Quién te crees que eres para pedirme que me vaya!? —respondió ella como si fuera la dueña de la casa.

Lily no reaccionó a su provocación. La tomé de la manga de su uniforme y le hice señas para que entráramos a la casa. Lily seguía un poco alterada por la situación así que la llevé a la cocina y le di un sorbo del té que hice para la señora Galeano. Preparamos algo de comer para llevarle a Manuel y a la señora Patricia una vez se despertara; algo suave y delicioso.

Terminamos la comida faltando poco para las cinco de la tarde. Era el final de mi turno y casi era hora de regresar a mi casa. Lily salió a dejar la comida al hospital y un cambio de ropa para la señora y dijo que podía irme al terminar de limpiar la cocina. Limpié los platos, los mesones, todo quedó casi impecable. Quería adelantarle el mayor trabajo posible a Lily, pues sabía que no regresaría a su casa temprano y al día siguiente estaría agotada, al terminar fui a cambiarme el uniforme.

El camino a casa desde la mansión de los Galeano no era muy largo, así que decidí caminar para ahorrar algo de dinero. Guardé el uniforme en la gaveta, cerré todas las puertas que vi abiertas hasta la entrada y al salir de la casa vi llegar a Manuel en un taxi. Estaba triste. Se bajó del auto, pagó al conductor y caminó hacia la casa mientras yo salía. Estuve a punto de decirle que nos veíamos al día siguiente, pero tomó mi brazo y se detuvo.

—Mi madre está muriendo y su único pedido es que deje a Sofía —su respiración era pausada y profunda—. Sé que no te contrató por tus grandes habilidades como cocinera o de limpieza y sé que no aceptaste el trabajo porque soñaras con ser una empleada doméstica. Así que quiero dejar algo claro: no sé nada sobre ti y no me interesa saberlo. Eres la nueva empleada doméstica y ya. —La altivez de sus palabras hería—. Pero te propongo algo. Quiero que mi madre sea feliz por lo menos los últimos meses que le quedan de vida.

No podía creer que luego de insultarme tuviera el coraje de pedirme algo. Podía ser el soltero más codiciado, el hombre del que una vez estuve enamorada, el joven más hermoso del mundo, pero su boca era tan venenosa como la de su novia y eso le deshacía todo el encanto.

—Quiero que te cases conmigo.

 

 


2 Jimena

 

 

La propuesta parecía sacada de uno de mis sueños más escondidos de no hace más de seis meses. Lo había conocido esa misma mañana. Además, hacía solo unas horas había tenido sexo con Sofía y ahora me estaba pidiendo matrimonio. Mis ojos se abrieron de par en par ante tal propuesta y me aparté un poco para verle bien el rostro.

—Antes de que tengas cualquier pensamiento lascivo, quiero decirte que no será un matrimonio real. Tal vez sí en papeles, pero no compartiremos cama. Yo seguiré haciendo mi vida igual que ahora y tú también, pero mientras estemos cerca de mi madre sonreiremos y nos llevaremos bien. Por supuesto, te pagaré el triple de lo que te paga mi madre por trabajar con ella y si hay un viaje o algo yo cubriré los gastos. —Lo que él me ofrecía era más dinero del que podía contar, pero a la vez sentía que no estaba del todo bien.

—¿Por qué yo? —pregunté al rato—. No me conoces. Ni siquiera tu mamá me conoce. Y estás aquí, haciendo está propuesta en mi primer día de trabajo.

Cualquier mujer que tuviera el mínimo conocimiento de quién era Manuel Galeano moriría por la propuesta que él me acababa de hacer; no solamente por el dinero, sino por el solo hecho de tener el apellido Galeano, pero sentía en mi corazón que algo no estaba bien. Manuel no me quería, lo había dejado claro; ni le interesaba conocerme. Lo que me pedía era ser su muñeca para hacer feliz a su madre.

—Mi madre lleva varios meses buscando una esposa para mí —respondió—. Ella cree que no lo sé, pero desde... —se quedó callado un momento y me soltó el brazo—, eso no importa. El caso es que mi madre no aprueba a Sofía y después de lo que sucedió hoy no quiero que tenga otra recaída. Está muy débil luego de luchar todo un año contra un cáncer de pulmón. Además, luego de la muerte de mi padre su salud empeoró y no ha querido seguir el tratamiento. El médico me acaba de decir que trate de darle la mejor calidad de vida posible y ella no ha hecho más que insistir en que no se quiere ir sin verme casado.

No sabía qué responder. ¿Esperaba que le diera una respuesta en ese mismo momento o podía pensarlo? De cualquier forma, la mejor opción era no meterme en algo tan complicado. Pero antes de que dijera algo, él me interrumpió.

—Sé que esto es un golpe fuerte, Jimena. Lo veo en tus ojos, pero piénsalo. Puedes ser la esposa del heredero de los Galeano y a la vez convertirte en una de las mujeres más ricas del país, o puedes dejárselo a alguien más.

«Manuel Galeano, que directo puede ser a veces», pensé y asentí.

—Lo pensaré.

Luego de salir de la casa de los Galeano caminé unas cuadras absorta aún con la propuesta. No parecía real. Llegando a la casa vi una ambulancia estacionada afuera. «¡Abuela!», pensé y corrí hasta la entrada. Frente a la ambulancia estaba Sara, nuestra vecina, era casi tan vieja como mi abuela. Tenía un par de lágrimas en el rostro y una mirada perturbada. Verla me hizo sentir que un agujero en el pecho me succionaba la vida, me acerqué a ella.

—Ay, mi niña. Debes ser fuerte. Tu abuelita se ha ido —dijo sollozando. No lo podía creer. No lo quería creer.

—No, no puede ser cierto —dije en voz baja y corrí a la casa—. ¡Abuela! —grité al entrar—. ¡Abuela!, ¿dónde estás?

Examiné cada una de las estancias del primer piso, luego subí corriendo al segundo piso mientras suplicaba que me contestara. Al llegar a su habitación, me choqué con un par de hombres uniformados frente a su cama, detrás de ellos, mi abuela estaba acostada, inmóvil, cubierta por una manta blanca. En ese momento estallé en llanto.

Minutos después llegaron los de la morgue a pedir mis datos para poder llevarse el cuerpo de mi abuela.  Me era imposible creer lo que estaba pasando; ella tenía problemas cardíacos, pero, aunque sus medicamentos eran muy caros, siempre pude comprarlos para que ella los tomara a tiempo. Mi abuela era la única familia que me quedaba. Por ella había dejado la preparatoria para cuidarla y empecé a trabajar para poder comprar sus medicamentos, por ella había ido a trabajar de empleada doméstica con un mejor sueldo a la casa de los Galeano. ¿Qué iba a hacer sin ella? Su muerte era como una caída al vacío; mi vida giraba en torno a ella y ahora, sin mi abuela, me había convertido de nuevo en la huérfana solitaria que una vez fui.

—Vamos, mi niña, ve a cambiarte que tienes que preparar el velorio de tu abuela —dijo Sara apenas me vio, a la mañana siguiente, sentada en la cama de mi abuela con la ropa del día anterior. No había dormido nada, estaba cansada de tanto llorar, por lo que Sara me ayudó a levantar lo que quedaba de mí.

—¿Como haré eso, señora Sara? No tengo dinero y es un gasto muy grande. Además, apenas empecé ayer en mi nuevo trabajo.

¡Mi trabajo! Tenía que avisarle a Lily lo que estaba pasando. Apenas salimos de la casa, Lily estaba llegando un poco agitada.

—Jimena, por Dios, niña, lo siento mucho. Carlos me llamó para contarme lo que pasó —me abrazó y volví a llorar.

La señora Sara preparó algo de comer mientras pensaba en cómo iba hacer para el funeral de mi abuela, Lily se había hecho cargo de llamar a la funeraria para organizarlo todo. Sara al terminar me ofreció de comer, pero yo no tenía apetito. ¿Cómo iba a tener apetito?, pero ella insistió, al igual que Lily quien al terminar, me llevó a mi habitación para que cambiara mi ropa. 

—¿De dónde voy a conseguir dinero para el funeral de mi abuela, Lily? Acabo de empezar a trabajar y no tengo ahorros.

—No te preocupes por eso —dijo acariciándome la mano—. Déjame decirle a la señora Patricia que te dé un adelanto. Seguro ella entenderá tu situación.

—No quiero ser una molestia para ella, Lily. Ella está muy delicada de salud y no quiero cargarla con mis problemas.

Lily se quedó pensativa un momento y nos sentamos en la cama. La muerte de mi abuela no fue menos difícil para Lily que para mí. Yo había perdido a mi abuela, pero Lily había perdido una buena amiga de años.

—¿Y si le decimos al joven Manuel? Quizás él podría ayudarte —dijo, minutos después.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

—No lo quiero molestar. Sabes que no me gusta molestar a la gente con mis problemas, pero la verdad es que no sé qué más hacer.

Pedirle dinero a Manuel me llevaba directamente a pensar en la propuesta que me había hecho. Seguro me pediría aceptar su propuesta a cambio de ayudarme con el funeral de mi abuela y tendría que casarme con él. Ser la mujer de Manuel Galeano. No me molestaba el sobrenombre, aunque no fuera real, ya él lo había dejado muy claro, pero conseguirlo a cambio de dinero no me hacía sentir muy bien.

Demasiados pensamientos corrían por mi mente. «Necesito el dinero; ser la mujer de Galeano; vivir un matrimonio de mentiras; darle un buen funeral a mi abuela». Y entre tanta incertidumbre me decidí. Iba a aceptar la propuesta de Manuel, pero no sería bajo sus términos, sino bajo los míos.

—¿Quieres que lo llame? —preguntó Lily.

—Creo que sí, tendré que llamarlo.

—No te preocupes, niña, yo le llamaré. Tú ve a bañarte y a cambiarte que tenemos más preparativos que hacer —dijo Lily y salió de la habitación.

Me levanté de la cama como si estuviera en modo automático y caminé a buscar la ropa adecuada para un momento como este, antes de entrar al baño. Las gotas de agua golpeaban mi cuerpo mientras pensaba en qué iba a decirle a Manuel. No estaba preparada para un matrimonio falso. ¿Quién lo estaría? Cuando terminé de bañarme, me vestí, bajé hacia la sala y al llegar él estaba caminando alrededor de los muebles, observando los cuadros y las fotos de las paredes. Lucía serio, pero al verme dejó ver algo de lástima.

—Siento tu pérdida. Lilian me llamó y me contó la situación. Este es el adelanto que ella me pidió, puedes contarlo si quieres. —Manuel extendió su mano con un sobre abultado. Sus ojos no tenían expresión alguna; sus grandes y profundos ojos verdes me miraban sin más. Su belleza brillaba como un faro de luz en la noche.

—Muchas gracias —dije y tomé el sobre—. Juro que trabajaré tiempo extra hasta que pueda compensarle este dinero. —Lily llegó a la sala con un plato de comida.

—Aquí tienes un poco de sopa —dijo y me lo pasó.

—No hace falta que trabajes tiempo extra —respondió Manuel—. Puedes tomarte estos días para hacer los arreglos que necesites para despedirte de tu abuela.

El tiempo se detuvo por un momento. Manuel, Lily y yo nos quedamos de pie en la sala, con la mirada perdida y el silencio total inundó la sala.

—Nos veremos luego, Jimena. —Sus ojos me miraron fijamente, luego volteó hacia Lily y se despidió con un ademán—. Lilian.

—Gracias —tartamudeé apenas pude volver en mí. Él estaba cruzando la puerta así que lo seguí a la entrada y detuve la puerta antes de que él la cerrara detrás suyo. Necesitaba hablar con él un momento.

—Manuel, de nuevo gracias. —dije con timidez.

—No es nada —respondió e iba a voltear para seguir su camino, hasta que lo llamé de nuevo.

—Ya tengo una respuesta. —dije. Él me vio de arriba hacia abajo.

—No necesitas apresurarte. Vive tu duelo y después tendrás la cabeza fría para tomar una decisión.

Se giró y lo tomé del codo, me miró.

—No necesito pensarlo más. Seré tu esposa para satisfacer los deseos de tu madre, pero no recibiré tu dinero. No soy ninguna prostituta.

 

 

 

 

 


3 Manuel

 

 

 

Mis amigos Miguel, Guillermo, Andrés y mi novia Sofía habían organizado una reunión en el bar de mi padre por mi cumpleaños número 25. Esa noche era más que una celebración de cumpleaños, el día había parecido un día de ascensos. Mi padre me levantó esa mañana dándome la noticia de que pronto me iba a dar el control sobre la compañía de textiles, pero advirtió que el patrimonio familiar iba a necesitar una persona fuerte. Por lo que iba a tener que empezar a sentar cabeza. Primero pensé que era un tipo de broma de cumpleaños, pues ya tenía la misma edad en la que él comenzó su imperio, pero al darme cuenta de que hablaba en serio, tuve que repensar mi relación con Sofía.

Esa tarde compré un anillo de oro blanco con un enorme diamante en el centro. Las cosas con Sofía debían tomar un rumbo más serio.

Los primeros con quienes me encontré en la noche al llegar al bar fueron Miguel, Guillermo y Andrés. Todos estaban en la barra y ya habían empezado a beber. Me preguntaron sobre mi día y les conté lo sucedido con mi padre, que al fin había abierto los ojos y estaba pensando en ponerme a cargo de la empresa, pero que para ello necesitaría reflejar una vida estable y fuerte, así que había comprado un anillo para dárselo a Sofía. A fin de cuentas, ya era hora de formalizar lo nuestro.

Los tres se miraron, tomaron un sorbo de whisky e hicieron el mismo gesto.

—¿Qué? —pregunté. Miguel puso su mano en mi hombro.

—Hermano. No quiero sonar mal, pero ¿estás seguro de que Sofía es material para matrimonio? —Los tres expresaron una sonrisa pícara—. Es decir, sé que la quieres, pero ella no es... una mujer de relaciones muy serias, ¿entiendes?

En ese momento alguien tapó mis ojos con sus manos.

—¿Quién soy? —preguntó una voz femenina. Sus manos tenían un aroma dulce. Era Sofía.

—Quizás la mujer más afortunada de esta ciudad. —Sofía apartó sus manos de mis ojos y dejó ver una sonrisa. Esa noche llevaba un vestido negro con encajes. Sus labios tenían un color rojo encendido y sus ojos desbordaban deseo.

—¿Y puedo saber por qué soy tan afortunada? —Se sentó a mi lado y me dio un beso.

—Aún es muy temprano para hablar de fortunas, mi lady. Hay que dejar que la noche avance, podría traer sorpresas placenteras. —Sofía sonrió y se acomodó en su silla. Llamó al bartender, le pidió un vino y luego volteó.

—Entonces me urge que la noche comience; y quién sabe, quizás no sea la única afortunada esta noche, cumpleañero —dijo y le dio un sorbo a su trago.

Luego de tres horas en el bar, casi qué quedamos solo nosotros, lo que era de esperar tratándose de un día de semana. Miguel se había ido al baño hacía un rato y no volvía, Guillermo estaba en otra mesa, casi borracho, hablando con una rubia de vestido terracota y Andrés estaba al otro lado de la barra coqueteando con una morena simpática. La noche tenía buena cara.

Me paré para ir al baño mientras esperaba a Sofía para que nos fuéramos; ella había salido a atender una llamada, o algo así.  El alcohol se me empezaba a subir a la cabeza y necesitaba orinar. Al abrir la puerta del baño escuché gemidos salir de uno de los cubículos. «Alguien ya empezó su noche», pensé y seguí a lo que iba, hasta que la voz de la mujer se me hizo conocida. Caminé hacia el cubículo con cautela y cuando llegué estaba entreabierto. Sofía estaba sentada sobre un Miguel casi dormido. Extasiada, subía y bajaba sin darse cuenta de mi presencia.

La imagen fue como un golpe en la boca del estómago. Toqué la caja del anillo que llevaba en el bolsillo y la cabeza me ardió. «Sofía no es una mujer de relaciones serias», recordé las palabras de Miguel. Tenía razón. Lo que no esperaba era que él también fuera un traidor. Harto de los gemidos de prostituta de Sofía, salí del baño, pagué mi cuenta y caminé hacia la salida, pero Andrés me detuvo.

—Hermano, ¿qué pasó? ¿Por qué te vas?

—La fiesta terminó.

—¿Terminó? ¿A qué te refieres? ¿Y Sofía?

—Ella está ocupada.

—¿Ocupada? ¿Qué quieres decir? —Sin decir más aparté a Andrés de mi camino y salí del bar mientras él me llamaba.

La noche estaba fría, pero mi cabeza seguía ardiendo. Saqué el estuche y vi el anillo por un segundo.

—Casi cometo la estupidez más grande de mi vida —me dije.

Cerré el estuche y lo apreté con fuerza. Julián estaba afuera del bar con el carro listo para arrancar. Salió del asiento del conductor, dio la vuelta al carro, abrió la puerta trasera y esperó. Segundos después reaccioné, tiré la caja a la basura fuera del bar y entré al auto.

Eran apenas las once de la noche cuando llegué a la casa. Mi padre discutía efusivamente con alguien por teléfono.

—¡No eres más que una mosca muerta! ¡Una sinvergüenza! ¡No vuelvas a llamar nunca a esta casa! —Seguro era una de sus amantes.

Rafael Galeano siempre se creyó más inteligente que el resto del mundo y pensaba que podía ocultarle sus amantes a toda su familia, pero todos sabíamos que él veía a varias mujeres, aunque nadie le decía nada. Incluso mi madre lo sabía, pero siempre se engañaba diciendo que, si él seguía con ella era porque ella estaba por encima de todas sus otras mujeres; y que, si él era feliz, ella también. Mi madre le llamaba amor, yo siempre le llamé dinero. Me acerqué a su oficina para verlo. La puerta estaba abierta. Nos saludamos con un gesto y siguió con su llamada.

Sus gritos se oían hasta el segundo piso, aunque nadie se escandalizaba por eso. Tenía la costumbre de comunicarse por el teléfono a gritos. Pero de momento los gritos se convirtieron en una tos estruendosa que no le dejó volver a hablar. Bajé apenas escuché que la tos no cesaba y me apresuré a la oficina. Él estaba de rodillas, el teléfono estaba en el suelo y se tapaba la boca con la mano mientras tosía. Cuando separó la mano de la boca, estaba llena de sangre.

—¡Padre! —Corrí a socorrerlo—. ¿Qué te pasó?

Me agaché a darle una mano para levantarlo, pero no podía mover el cuerpo y no dejaba de toser.

—¡Ayuda! ¡alguien, ayuda! —Me paré a buscar un poco de agua que le ayudara con la garganta, pero al momento de ponerme en pie, se desplomó por completo—. ¡Ayuda! —volví a gritar. No aparecía nadie.

—¡Padre, padre! —Marqué al hospital mientras le ayudaba a voltearse. Escupía sangre cada vez que tosía y gemía un silbido al intentar tomar un poco de aliento.

—Manuel... —dijo como un susurro. Aún en su lecho de muerte mi padre intentaba tener una mirada altiva, como si quisiera luchar contra su destino—. Manuel... —repitió.

La vida de mi padre se apagó en mis brazos. 

Todos nuestros conocidos se habían enterado de lo que pasó entre Sofía y Miguel nueve meses atrás, aunque nadie había mencionado nada de eso. Nadie excepto mi madre que no hacía más que recriminarme por haber perdonado a Sofía y haber continuado con ella. Lo que no sabía ella era por qué había decidido hacerlo.  

Llevábamos tres meses en una relación a distancia con Sofía donde nos veíamos dos o tres veces al mes. Yo iba donde ella o ella llegaba a la casa. Sofía debía creer que me tenía en la palma de su mano, eso era parte del plan. Por lo menos mientras encontraba el momento perfecto para devolverle su humillación con la misma moneda y el momento se acercaba.

Ella me había llamado para avisar que llegaría pronto a la casa, pero que quería que saliéramos a almorzar solos. Acepté su invitación y mientras llegaba fui a la habitación de mi madre para ver si necesitaba algo. Mi madre había tenido un par de días pesados con su salud y cada vez era más evidente que necesitaba a alguien que estuviera pendiente de ella.  

—Madre, ¿cómo te has sentido hoy?

—Bien, hijo. Algo cansada, pero bien.

Estaba por decirle que Sofía llegaría pronto y que iríamos a almorzar, pero alguien tocó la puerta.  Eran Lilian y una joven con el uniforme de empleada doméstica que parecía de unos 18 o 19 años. Había escuchado a mi madre y a Lilian hablar de que iban a contratar a alguien más, pero no sabía que lo harían tan rápido.

El uniforme se veía bien en ella. Era pequeña; quizás me llegaba al hombro. Tenía el cabello negro y recogido; sus ojos eran azules y tenía la piel pálida. Parecía una pequeña muñeca. Lilian la presentó con mi madre, ella hizo un ademán y sonrió. Su sonrisa era dulce y tenía una mirada interesante.

—Manuel, ¿no crees que es muy hermosa? —preguntó mi madre de un momento a otro. Sus imprudencias ya rozaban el fastidio, así que ignoré la pregunta.

—Lo siento, madre. —respondí y miré la hora. Sofía no tardaba en llegar—. Ya que veo que estás en buenas manos, me voy. Almorzaré con Sofía.

Sabía que el solo mencionar su nombre ya desataría una serie de comentarios, pero preferí hacerlo en ese momento que aguantar el interrogatorio una vez llegara de comer.

—Esa mujer otra vez. ¿No crees que ya has sufrido bastante por culpa de ella?

—Madre, sabes que no me gusta que te metas en mi relación con Sofía —dije y me acerqué a despedirme de ella. Aún intentaba mantener la calma.

—Solo digo la verdad, hijo. Esa víbora solo quiere tu dinero. Hasta te engañó con tu mejor amigo. ¿Qué más necesitas para despertar?

Esa fue la gota que rebasó la copa. Volteé a ver a Lilian y a la nueva. Ambas voltearon la mirada y la cara me empezó a arder.

—Que sea la última vez que ventilas frente a la servidumbre mis problemas, madre —dije señalándole y alzando la voz. Luego volteé hacia las empleadas—, y ustedes, espero no escuchar ningún rumor o sabré quiénes lo difundieron.

Salí dando un portazo y me dirigí hacia la entrada. Julián ya estaba esperando con el carro, pero apenas abrí la puerta vi a Sofía bajarse del taxi, así que la esperé. Cuando llegó hacia mí me abrazó y de un beso me volvió a meter a la casa.

—No sabes cuánto te extrañé —dijo entre besos cada vez más intensos.

—Eso noto —respondí—. ¿Y si te llevo al chalé de invitados para darte la bienvenida que mereces?

Sofía se apartó un momento. Sus ojos estaban vestidos de deseo. Levantó una ceja, se mordió los labios y rio.

—Ay, Manuel. Tú sí sabes cómo darle una buena bienvenida a una mujer.

Luego de eso me agarró la mano y me llevó por toda la casa hasta llegar a la pequeña habitación trasera donde los besos continuaron. Le quité la blusa y la senté en la cama mientras me quité la camisa; ella se apresuró en desabrocharme el pantalón, se arrodilló en el suelo para bajarlo y se quedó ahí a chupar mi miembro. Quizás no sintiera lo mismo por Sofía, pero no podía negar que sabía dar placer. Mientras estaba ocupada a la sombra de mi cuerpo, acaricié sus cabellos y profundicé su garganta; escuchar cómo se atragantaba era una descarga de placer, hasta que fuimos interrumpidos por el sonido de una ambulancia.

Supe que tenía que salir a ver qué había ocurrido. Con la enfermedad de mi madre era probable que la ambulancia fuera para ella, pero como estaba a punto de llegar, no detuve a Sofía hasta que terminé. Le dije que me esperara, que tenía que ver por qué una ambulancia había llegado a la casa y luego volvía. Subí mi pantalón, recogí mi camisa y salí del chalé mientras terminaba de abrocharme el botón del pantalón. Estaban llevando a alguien en una camilla y Lilian iba tras ellos.

—¡Lilian! ¿Qué hace la ambulancia aquí? —pregunté.

—Es su madre, Joven Manuel

—¿Mi madre?

Salí corriendo hacia la ambulancia, llamándola, pero cuando llegué me di cuenta de que estaba inconsciente. Lilian y la empleada nueva me siguieron. Subí a su lado y sostuve su mano.

—Pero hace un rato estaba bien, ¿por qué está inconsciente? ¿Qué pasó?

—Joven Manuel. Después de que usted se fue, su madre quedó un poco sensible. Estuvo un tiempo sentada, pero luego se quiso levantar al baño y mientras se ponía en pie, se desmayó —respondió Lilian.

—¿Estás diciendo entonces que es mi culpa?

Los médicos de la ambulancia se apresuraron a inyectarle una bolsa de suero a Patricia. Le pusieron un sensor en el brazo que monitorea su pulso y uno de ellos bombeaba oxígeno en su boca.

—No digo que sea su culpa, joven, pero su madre ha venido algo decaída y su conversación esta mañana quizás la alteró un poco.

«Esto no es mi culpa», pensé mientras veía a mi madre. Ella fue la que empezó humillándome frente a las sirvientas.

—Señor, debemos llevar rápido a su madre al hospital —interrumpió el paramédico—. Allá pueden seguir hablando si gusta, pero ella necesita atención inmediata.

Ver a mi madre acostada en esa camilla me recordó a mi padre y eso heló mi sangre. Primero mi padre murió ante mis ojos, y ahora mi madre...

—Si gusta puede venir en la ambulancia con ella, pero hay que salir de inmediato —dijo el paramédico interrumpiendo mis pensamientos. Lo vi a los ojos y las palabras no salían. Entonces sonó otra voz.

—Manuel, cariño, ¿por qué no dejas que tu madre vaya en la ambulancia y nosotros vamos en tu coche? Yo quiero ir contigo. —La voz de Sofía despertó mi ira. ¿Qué mi madre se vaya sola en la ambulancia para que me vaya con ella? Además, ¿cómo es que habla como si no estuviera pasando nada; como si fuera una simple visita a un restaurante? Era mi madre la que estaba en una camilla.

—Esto no es problema tuyo, Sofía. Tendrás que volver a tu hotel. Te llamaré después.

—Acabamos de estar juntos, Manuel. No me puedes dejar así. Regresé por ti. —En ese momento me arrepentí por cada instante que desperdicié a su lado.

—¡Te dije que te vayas, Sofía! —Grité. Luego volteé hacia el paramédico—. Andando. —El hombre cerró las puertas de la ambulancia y salimos a toda prisa rumbo al hospital.

Al llegar al hospital, el médico que revisó a mi madre dijo que solo había tenido una baja de presión, pero que iban a dejarla un tiempo en observación. Se acercó a mí y me pidió que lo acompañara afuera de la habitación.

—Tu madre está cada vez más débil —dijo—. Es mejor que vayas preparándote, su muerte es inevitable; y más cuando ella no quiere recibir tratamiento.  Creo que lo mejor que puedes hacer ahora es darle la mejor calidad de vida posible. Quizás puedas preguntarle qué cosas quisiera hacer antes de morir, o a dónde quisiera ir. Eso podría ayudarte a lidiar con tu duelo cuando llegue su tiempo.

Mientras el doctor hablaba vino a mi mente la última discusión que tuve con ella. Fue mi culpa alterarla hasta el punto de que se le bajara la presión. «Tiene razón», pensé. Si mi madre decidió morir, por lo menos tengo que hacer que sus últimos días sean felices. Y sé qué es lo primero que la haría feliz.

—¿Cuándo le darán el alta, doctor Nguyen? —pregunté.

—Su madre va a estar en observación hasta mañana por la tarde. Y si su condición mejora, podrá irse —respondió el doctor y dio media vuelta para marcharse, pero luego de dar tres pasos giró y añadió—. Siento ser imprudente, Joven Manuel, pero tiene la cara llena de Lápiz labial.

Apenado, me pasé la mano por la boca y vi que había quedado manchada de rojo. Fui al baño más cercano y me limpié la cara. Al salir del baño tuve que ir a buscar un taxi que me llevara a la casa, pues había salido corriendo hacia la ambulancia y no tenía mi teléfono para llamar a Julián. El taxi no demoró en llegar a la casa y mientras me bajaba del taxi, vi a la nueva empleada salir.

Estaba vestida con unos jeans negros ajustados, y un top blanco. Su cabello ya no estaba en un moño, sino que lo llevaba suelto y le adornaba el rostro.   

«Justo a tiempo», pensé. Iba a esperar un poco y hacerlo después, pero esta era la oportunidad perfecta.

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